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domingo, 23 de diciembre de 2018

Sueño del hombre. Vagón 8, letra c n°2

Estoy sentado en el centro del metro de vuelta a casa frenético y ansioso, pensando mil vacíos, pensando en mis delirios, que, cada vez me parecen más cercanos. En el vagón suenan musiquitas de letras en japonés. Estoy sentado, firme, firme al asiento y a todo lo que pertenece. En este mundo remoto que ya me abrió puerta al abismo. Que cosas, que cosas digo. Estoy en el metro, la música no ha parado. Espero que no lo haga. Tengo el traje plomo puesto, la camisa rota que me dió mamá, y las mallas de la muñeca de Emma. Llevo a casa todas las prendas que algún día fueron mías. Estoy en el camino de vuelta a casa, lo sé. 
Este peso no perdura mucho. Necesito encontrar una salida para la medalla de oro que tenía ese chófer. Una novela que me pidió la maestra que escriba, cuando tenía nueve años, y me decía que dibujaba mal. Que nunca sería bueno. Lamento decirle que hoy me he replanteado bastante la idea. Lunes por la mañana. Martes al medio día. Jueves. Domingo. Perdón, y disculpas. Hoy he aprendido que no se le pide perdón a todo el mundo. Solo disculpas habrán ahora en adelante. Una lectura constante y fluida que confunde con las palabras porque las letras hablan. A menudo pienso que sería del personaje de esa novela que quería escribir. Porque era un relato de vuelta a casa, lo que había comenzado a escribir. Cuando todas las caras que atraviesan la estancia del tocador de la baranda de la prenda rota del señor que tiene un paraguas negro y habla por celular y le pide a la niña pequeña que le de el asiento para escapar un poco de su realidad sintiéndose viejo y débil para su propio ego. Ahí está otra vez. La denuncia a los hechos y crímenes cometidos. Es un aviso. Es todo. Hoy la renuncia me dió de vuelta la muñeca que perdí cuando era pequeña. Esa que se quedó tumbada en la arena del pozo que estaban cavando en la esquina de la calle Rosas, donde la amiga de la prima de mi abuela se dedicaba a hacer costuras.  Un mundo lleno de posibilidades de retratar, quizás, a través del onírico mundo de los sueños. Estas son una serie de avisos callejeros que van en contra de la norma. Que no pueden terminar sin aferrarse a la ley de las meriendas a la luz y con la sombra del cuchillo sedienta de libido y fantasías. 


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