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domingo, 23 de diciembre de 2018

Sobre el pensamiento

Raíces y velos firmes, cubriendo el horizonte, encuentro hojas en mis bolsillos... Veo comisuras, escucho el andén ¿dónde te encuentras? sonarán mil años de puertas vacías. Soñarán mil espejismos tu partida. Si algún día no vuelve el llamado andén de la llamada tierra, ¿serás tú quién decida abrir la puerta?
(-¿quién eres?)
(-yo)

Quién más, que una historia lejana, entrañada por mis escapismos, me caigo y vuelco mis sentidos al umbral. Que no puede ser visto, que no puede ser sentido.
Una reflexión, las luces, los abismos, la llamada. Media noche, llámame para servir el té. El invierno se acerca, es verano, la hierba crece. Una hora al día. Serán tres. Y una puerta, mil voces, un escape, la llamada. ¿Qué voz escapará del día? este y mil días. Te doy mi mano. Y así, el único pensamiento será la esperanza, como cuando venía a media noche y creía que ese tipo de decisiones eran las correctas solo por el leve impulso de una mano tomando la otra, de un espejo reflejando al otro, de una mordedura en el lugar correcto y en el momento más fuera de juicio. En qué momento. En qué momento comencé a soltar las palabras para decirlo todo. Me hiero a menudo. Me adultero los sentidos. Me (des)configuro y me (des)figuro y me (des)espero para no sentir. La desesperación es alternativa, cuando el mal es proclive a las alteraciones. Un gran mar lleno de filamentos que son como agujas que se transforman en voces de aquéllos que sienten similar a mis penas. De esos que son silentes en el espejismo de su propia imaginación, y que terminan ocupando la palabra sin darse cuenta. Porque el escapismo es también una forma de volverse a sí. De volver a ese gran mar llamado sentimiento ajeno que nos provoca tanta esperanza cuando lo conocemos por vez primera. He dejado un impulso sobre las letras. Quizás para dejar de lado las idolatrías que impone el pensamiento. Quizás para sentirme propia. Quizás para el espejo que me sostiene el ego cada mañana. Y así, sucesivamente...

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