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martes, 25 de diciembre de 2018

Lectura rápida

Gritarme, dame la mano, caminemos juntos. Te propongo, esta noche, una cálida sonrisa. Dame la mano. Estoy cerca de ti. Estoy aquí. Dando vueltas. Cantando las melodías que tengo en mente. Y no puedo pensar en que mañana será otro día. Un día final de los finales de todos los días del amanecer felices y contentos como si fuera una buena noticia todo esto. No lo creo. No les creo. No puedo creerles a todos y a nadie no me importa estoy pensando muchas cosas en este momento cuando era pequeña que por ejemplo me tendía en la almohada de mi mamá y me comía los dedos de las manos con suaves mordiscos porque no me daba cuenta que mi piel y mi carne eran humanas y que la detención del tiempo en un espacio habitado por ejemplares de este mundo sería un poco contradictoria. En fin, la dulce esfera de la música que tomamos del frío, no quedó atrapada, porque cuando era demasiado tarde tomé un pálido desemboque de ríos que por la mañana parecía que flotaba. En ese huerto que habían tendido a la niña. Caótica, que escondía un momento entre las piernas cuando le llamaban y decían esperanza tus ojos parece que están tapados, sácate la venda de los ojos, te irritan, te molestará cuando seas más grande, porque las niñas deben llevar ese momento en la carne y tomado del hombro, del pecho, de las piernas de donde sea te acompaña y no deja tu pensamiento tranquila, te sofoca y te arrastra a la lujuria, que somete a toda la carne, el escrúpulo y la tenacidad de los hombres. 

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