No sé como rescatar mis manos de la tierra. No sé como tumbarme en la almohada y perder la necesidad del pensamiento. No puedo dejar de rastrear mis manías, contarlas, una por una, dos por una, tres por una, cinco y cinco, tu figura y el silencio por el que decidiste optar.
Fui fugaz y pequeña. Tengo las piernas dobladas del sentimiento que me provoca la pérdida de algo que nunca tuve, pero que recuerdo...
Existe la ligera coincidencia. Existen las formas que dan espacio. Existe el amor.
Podría volverme loca fácilmente si así lo quisiera.
No entiendo mis ideas. No entiendo mis manos ni mis ojos, mucho menos a mi corazón y ese dolor en el pecho que se aloja muy cerca de él cuando vienes y te alejas.
Nunca he sentido con tanta incertidumbre. Nunca he vivido entre el límite que me ofrece una pausa antes de la esperanza...
No soy capaz de recordar lo que es la alegría de la correspondencia. He vivido sola. Una en mil cuerpos con las flores brotando desde el silencio. Desde la pérdida de lo que no se conoce, desde la complejidad de sentirse pasmada ante la interacción de un cuerpo.
He huido de mis propias cadenas, de mis propias cruces. El fin de la escena no termina en casa; el fin de la escena se queda en casa, inventando excusas para alimentar con pensamientos a todos los fantasmas que se han tejido en mis propios sueños.