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martes, 14 de mayo de 2019

Vuela una noche extinta en el pavimento

Huyo de la fuerza de mi corazón para hablar de forma certera sobre el espectáculo que ofrece mi alma.  Aquélla noche, mi cuerpo atolondrado respondía incluso a las gotas más débiles. Al suspiro más alejado. A las manos maestras de un sueño que no se escapa de mis cabellos.
Aquélla noche, pude hundir mis mártires al cielo del alma. Tomar la copa de fuego y verterla para morir. Quemar la culpa. Extinguir la pena. Brotar desde diferente tierra y diferente cuerpo.
He sentido la complacencia de una forma. He sentido, cómo lastima el fatalismo. Las inercias. El hostigamiento. El desencanto. La cuadratura entre Venus y Neptuno de golpe en la ilusión que a veces llamo vida.
De vuelta casa, existen también las personas. Existen sus cuerpos danzantes de forma contenida. Bailan sin saberlo. Sienten sin reconocerlo. Mortifican a sus muertos huyendo de sus propias justificaciones. De vuelta a casa, los faroles de luz se iluminan. Largas luces que miden mi peso. Pero esta vez soy ligera. Mi cuerpo ha cambiado de forma. Llevo dentro nueva vida. Nuevos rostros y linajes de misericordia. La calle se hace angosta. Y en mi mente, han comenzado a extenderse las raíces del pensamiento. Mi casa, mi cama, mi otro cuerpo que me espera, me pregunta que he hecho en mi propia ausencia. Y entre hilos de palabras, he tejido la mejor mentira:
- Esta vez será diferente, lo juro.

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